En el espíritu de ecumenismo del día de hoy, muchos evangélicos han llamado a la Iglesia
Protestante a hacer a un lado sus diferencias con Roma y buscar la unidad con la Iglesia Católica.
¿Es eso posible? ¿Es el catolicismo romano simplemente otra faceta del cuerpo de Cristo que
debería ser traído a un punto de unión con su contraparte protestante? ¿Es el catolicismo romano
simplemente otra denominación cristiana?
Mientras que hay muchos errores en la enseñanza de la Iglesia Católica (por ejemplo, su creencia
en la transubstanciación del agua de comunión y su «veneración» de María), dos salen a la
superficie y llaman a una atención especial: su negación de la doctrina de Sola Scriptura y su
negación de la enseñanza bíblica de la justificación. Expresado de una manera simple, debido a
que la Iglesia Católica Romana ha rehusado someterse a sí misma a la autoridad de la Palabra de
Dios, y adoptar el evangelio de justificación enseñado en la Escritura, se ha apartado a sí misma
del verdadero cuerpo de Cristo. Es una forma falsa y engañosa de cristianismo.
LA DOCTRINA DE SOLA SCRIPTURA
En las palabras del reformador Martín Lutero, la doctrina de Sola Scriptura quiere decir que: «lo
que es afirmado sin las Escrituras o revelación probada puede ser considerado como una opinión,
pero no necesita ser creído». El catolicismo romano claramente rechaza este principio, añadiendo
a una multitud de tradiciones y enseñanzas de la Iglesia y declarándolas como obligatorias sobre
todos los verdaderos creyentes—con la amenaza de condenación eterna para aquellos que
sostienen opiniones contradictorias.
En el catolicismo romano, «la Palabra de Dios» incluye no sólo la Biblia, sino también los libros
Apócrifos, el Magisterio (la autoridad de la Iglesia de enseñar e interpretar la verdad divina), las
declaraciones ex-catedra del Papa y un cuerpo indefinido de tradición de la Iglesia, algunas
formalizadas en la ley del canon y algunas aún no se han expresado mediante escritos. Mientras
que los protestantes evangélicos creen que la Biblia es la prueba definitiva de toda verdad, los
católicos romanos creen que la Iglesia determina lo que es verdad y lo que no lo es. De hecho,
esto hace de la Iglesia una autoridad más alta que la Escritura.
Los credos y las declaraciones doctrinales ciertamente son importantes. No obstante, los credos,
las decisiones de concilios de Iglesia, toda doctrina, y aún la Iglesia misma debe ser juzgada por
la Escritura—no al revés. La Escritura debe ser interpretada con precisión en su contexto al
compararla con la Escritura—ciertamente no de acuerdo a los deseos personales de uno. La
Escritura misma es por lo tanto el único estándar con autoridad absoluta para la fe y práctica de
todos los cristianos. Los credos protestantes y las declaraciones doctrinales simplemente
expresan el entendimiento colectivo de las Iglesias de la interpretación apropiada de la Escritura.
En ninguna manera podrían los credos y afirmaciones de las Iglesias llegar a constituir una
autoridad igual a o más alta que la Escritura. La Escritura siempre toma la prioridad por encima
de la Iglesia en el rango de autoridad.
Por otro lado, los católicos romanos, creen que la piedra angular infalible de verdad es la Iglesia
misma. La Iglesia no sólo determina infaliblemente la interpretación apropiada de la Escritura,
sino que también suplementa la Escritura con tradiciones y enseñanza adicionales. Esa
combinación de tradición de la Iglesia más la interpretación de la Escritura por parte de la
Iglesia, es lo que constituye la autoridad absoluta para la fe y práctica de los católicos. Realmente
la Iglesia se coloca a sí misma por encima de la Sagrada Escritura en rango de autoridad.
LA DOCTRINA DE LA JUSTIFICACIÓN
De acuerdo al catolicismo romano, la justificación es un proceso en el cual la gracia de Dios es
derramada al corazón del pecador, haciendo que esa persona sea progresivamente más justa.
Durante este proceso, es la responsabilidad del pecador preservar e incrementar esa gracia por
varias obras buenas. El medio a través del cual la justificación es inicialmente obtenida no es fe,
sino el sacramento del bautismo. Además, la justificación es perdida cuando el creyente comete
un pecado mortal, tal como odio o adulterio. En la enseñanza de la Iglesia Católica Romana,
entonces, las obras son necesarias tanto para comenzar como para continuar el proceso de
justificación.
El error en la posición de la Iglesia Católica en referencia a la justificación puede ser resumido
en cuatro argumentos bíblicos. En primer lugar, la Escritura presenta la justificación como
instantánea, no gradual. Haciendo un contraste entre el fariseo orgulloso y el recaudador de
impuestos quebrantado, arrepentido, que golpeó su pecho y oró humildemente por misericordia
divina, Jesús dijo que el recaudador de impuestos «descendió a su casa justificado» (Lc. 18:14).
Su justificación fue instantánea, completa, antes de que llevara a cabo obra alguna, basada
únicamente en su fe arrepentida. Jesús también dijo: «En verdad, en verdad os digo: el que oye
mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna y no viene a condenación, sino que ha
pasado de muerte a vida» (Jn. 5:24). La vida eterna es la posesión actual de todos los que
creen—y por definición la vida eterna no puede ser perdida. El que cree inmediatamente pasa de
la muerte espiritual a la vida eterna, porque esa persona es instantáneamente justificada (vea Ro.
5:1, 9; 8:1).
En segundo lugar, la justificación quiere decir que el pecador es declarado justo, no hecho justo.
Esto va de la mano con el hecho de que la justificación es instantánea. No hay proceso que deba
ser llevado a cabo—la justificación es puramente una realidad forense, una declaración que Dios
hace del pecador. La justificación se lleva a cabo en la corte de Dios, no en el alma del pecador.
Es un hecho objetivo, no un fenómeno subjetivo, y cambia el estatus del pecador, no su
naturaleza. La justificación es un decreto inmediato, un veredicto divino en el cual Dios declara
al pecador creyente «no culpable», justo a Sus ojos.
En tercer lugar, la Biblia enseña que la justificación quiere decir que la justicia es imputada, no
infundida. La justicia es «contada», o acreditada a la cuenta de aquellos que creen (Ro. 4:3–25).
Están justificados delante de Dios no debido a su propia justicia (Ro. 3:10), sino debido a una
justicia perfecta fuera de sí mismos que les es contada por la fe (Fil. 3:9). ¿De dónde viene esa
justicia perfecta? Es la justicia misma de Dios (Ro. 10:3), y es poseída por el creyente en la
persona de Jesucristo (1 Co. 1:30). La justicia perfecta de Cristo es acreditada a la cuenta
personal del creyente (Ro. 5:17, 19), tal como la culpabilidad total del pecado del creyente fue
imputada a Cristo (2 Co. 5:21). El único mérito que Dios acepta para la salvación es el de
Jesucristo; nada que el hombre pueda hacer podría ganar el favor de Dios o añadir algo al mérito
de Cristo.
Finalmente, en cuarto lugar, la Escritura claramente enseña que el hombre es justificado
únicamente por la fe, no por la fe más obras. De acuerdo al apóstol Pablo: «Pero si es por gracia,
ya no es a base de obras, de otra manera la gracia ya no es gracia» (Ro. 11:6). En otro lugar
Pablo testifica: «Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros,
sino que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (Ef. 2:8–9, énfasis añadido; vea
Hch. 16:31 y Ro. 4:3–6). De hecho, a lo largo de la Escritura es claramente enseñado que: «el
hombre es justificado por la fe aparte de las obras de la ley» (Ro. 3:28; vea Gá. 2:16; Ro. 9:31–
32; 10:3).
En contraste, el catolicismo romano coloca un énfasis indebido en las obras humanas. La
doctrina católica niega que Dios «justifica al impío» (Ro. 4:5) sin primero hacerlo piadoso. Las
buenas obras por lo tanto se vuelven la base de la justificación. Como miles de personas que eran
católicas testificarán, la doctrina y la liturgia católicas oscurecen la verdad esencial de que el
creyente es salvado por gracia por medio de la fe y no por sus propias obras (Ef. 2:8–9). En un
sentido simple, los católicos genuinamente creen que son salvados haciendo bien, confesando
pecado y observando ceremonias.
Añadir obras a la fe como la base de la justificación es precisamente la enseñanza que Pablo
condenó como «un evangelio diferente» (vea 2 Co. 11:4; Gá. 1:6). Nulifica la gracia de Dios, ya
que, si la justicia por mérito puede ser ganada a través de los sacramentos, «entonces Cristo
murió en vano» (Gá. 2:21). Cualquier sistema que mezcla obras con gracia, es entonces, «un
evangelio diferente» (Gá. 1:6), un mensaje distorsionado que es considerado anatema (Gá. 1:9),
no por un concilio de obispos medievales, sino por la Palabra de Dios misma que no puede ser
quebrantada. De hecho, no es exagerado decir que la posición del catolicismo romano de la
justificación la coloca como una religión totalmente diferente de la verdadera fe cristiana, ya que
es antitética al evangelio simple de gracia.
Mientras la Iglesia Católica continúe afirmando su propia autoridad y someta a su gente a «otro
evangelio», es el deber espiritual de todos los verdaderos cristianos oponerse a la doctrina del
catolicismo romano con verdad bíblica y llamar a todos los católicos a la verdadera salvación. Al
mismo tiempo, los evangélicos no deben de doblar la rodilla ante las presiones de unidad
artificial. No pueden permitir que el evangelio sea oscurecido, y no pueden hacer amigos con la
religión falsa, no sea que se vuelvan participantes de sus obras malas (2 Jn. 11).
Adaptado de John MacArthur, Reckless Faith: When the Church Loses Its Will to Discern (Wheaton: Crossway Books, 1994). Para un estudio más amplio del catolicismo romano, consulte esta fuente.
Este documento fue tomado y adaptado de los Distintivos de Grace Community Church con autorización.