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Cómo evangelizar a los hijos

Para los padres, el cumplir el mandamiento de Cristo de hacer discípulos por todas las naciones
comienza en el hogar—con sus hijos. De hecho, pocas experiencias traen mayor gozo a los
padres cristianos que el ver a sus hijos venir a Cristo.

El proceso de evangelización de los hijos, sin embargo, puede llegar a ser una tarea abrumadora.
Para muchos padres, las preguntas son tan prácticas como desconcertantes: ¿Cómo debería de
presentar el evangelio a mis hijos? ¿Cuál es la mejor forma de hacerlo? ¿Cómo sé si lo estoy
haciendo bien? Las dificultades, tanto reales como imaginarias, intimidan virtualmente a cada
padre que considera su responsabilidad. Por una parte, existe el peligro de llevar a los hijos a
pensar que son salvos cuando en realidad no lo son. Por otro lado, existe el riesgo de desanimar a
aquellos que expresan un deseo genuino de seguir a Cristo.

Por lo tanto, ¿cómo deberíamos evangelizar a nuestros hijos? La respuesta no es fácil, pero se
puede comenzar reconociendo y evitando algunos de los errores comunes que se dan en el
evangelismo de niños.

ERRORES COMUNES AL EVANGELIZAR A LOS HIJOS

Simplificar demasiado el evangelio de Cristo

Debido a que la comprensión de un niño está menos desarrollada que la de un adulto, la tentación
para muchos padres es simplificar demasiado el mensaje del evangelio cuando les hablan a sus
hijos. Algunas veces estos métodos de evangelización programados para niños, que a menudo
abrevian el evangelio, minimizan las demandas del evangelio, o simplemente dejan a un lado
aspectos claves del mismo.

Al igual que los adultos, los niños deben de ser capaces de entender claramente el evangelio
antes de poder ser salvos. Esto incluye entender conceptos tales como el bien y el mal, el pecado
y el castigo, el arrepentimiento y la fe, la santidad de Dios y Su ira hacia el pecado, la deidad de
Cristo y Su expiación del pecado, y la resurrección y el señorío de Cristo. Ciertamente, los
padres tienen que usar terminología que los niños puedan comprender y ser claros en la
comunicación del mensaje, pero cuando la Escritura habla sobre enseñar a los niños la verdad
espiritual, enfatiza la minuciosidad (Dt. 6:6–7). El simplificar la verdad excesivamente es más
peligroso que dar demasiados detalles. Es la verdad—la Palabra—la que salva, pero esa verdad
debe de ser comprendida.

Coaccionar la profesión de fe

Después de simplificar demasiado el evangelio, muchos padres solicitan algún tipo de respuesta
activa al mensaje—levantar la mano en un contexto de grupo, la repetición de la «oración del
pecador» en el regazo de la madre, o casi cualquier cosa que se pueda considerar como una
respuesta positiva. Los niños casi siempre responderán de la manera que los padres les pidan—
sin que eso garantice en absoluto la autenticidad del acto de fe en Cristo.
En lugar de intentar que los niños hagan la «oración del pecador» o engatusarles para que den
una respuesta superficial, los padres deben de enseñarles el evangelio de manera fiel, paciente y
minuciosa, y orar diligentemente por su salvación, teniendo siempre en cuenta que Dios es el único que salva.

No existe la necesidad de coaccionar o presionar para que salga la confesión de la boca del niño, el
arrepentimiento genuino traerá la confesión cuando el Señor toque su corazón en respuesta al evangelio.
Y con el paso del tiempo, no está bien asegurar a quien hizo una oración cuando era niño, que eso es la
evidencia de su salvación.

Asumir el hecho de la regeneración

Otro fallo es asumir que la respuesta positiva del niño al evangelio es una fe salvífica hecha y
derecha. La tentación en este caso es considerar la regeneración como algo hecho, debido a una
indicación externa de que el niño ha creído. No se puede asumir, sin embargo, que cada
profesión de fe refleja la obra genuina de Dios en el corazón (Mt. 7:21–23), y esto es
particularmente cierto en el caso de los niños.

Los niños a menudo responden positivamente al evangelio por un sinfín de razones, muchas de
las cuales no están relacionadas con una conciencia de pecado o un entendimiento correcto de la
verdad espiritual. Muchos niños, por ejemplo, hacen profesión de fe por la presión ejercida por
sus compañeros en la Iglesia o un deseo de agradar a sus padres. Además, las Escrituras indican
que los niños tienden a ser inmaduros (1 Co. 13:11; 14:20), ingenuos (Pr. 1:4), necios (Pr.
22:15), caprichosos (Is. 3:4), incoherentes e indecisos (Mt. 11:16–17), e inestables y que
fácilmente se les engaña (Ef. 4:14). Los niños a menudo piensan que han comprendido, cuando
en verdad no lo han hecho, todas las implicaciones que conlleva un compromiso. Su juicio es
superficial y su habilidad de ver las implicaciones de sus decisiones es muy débil. A pesar de
tener las mejores intenciones, rara vez tienen la habilidad de pensar más allá del día presente, ni
perciben hasta que punto sus decisiones afectarán al mañana. Esto hace que los niños sean más
vulnerables a engañarse a sí mismos, y hace más difícil para un padre el discernir el trabajo
salvífico de Dios en sus corazones.

Por esta razón, sólo al ser probadas por las circunstancias de la vida, según el niño madura, las
convicciones y creencias que el niño afirma, los padres podrán comenzar a entender de una
manera más determinada su dirección espiritual. Mientras que muchas personas se comprometen
con Cristo de forma genuina cuando son niños, muchos otros—tal vez la mayoría—no llegan a
tener un entendimiento adecuado del evangelio hasta la adolescencia. Otros que han hecho
profesión de fe en Cristo en su niñez se apartan. Es apropiado, por lo tanto, que los padres sean
cautelosos al afirmar la profesión de fe de su hijo y no se apresuren a tomar cualquier muestra de
compromiso como una prueba decisiva de conversión.

Asegurar la salvación del niño

Después de estar convencidos de que el niño es salvo, muchos padres tratan de asegurar
verbalmente al niño su salvación. Como consecuencia de esto, la Iglesia está llena de
adolescentes y adultos cuyos corazones están faltos de un verdadero amor por Cristo, pero que
piensan que son cristianos genuinos por algo que hicieron cuando eran niños.
Es el papel del Espíritu Santo—no el del padre—el dar la seguridad de la salvación (Ro. 8:15–
16). Demasiadas personas, cuyos corazones están fríos hacia las cosas del Señor, creen que van
al cielo simplemente porque respondieron positivamente a una invitación evangelística cuando
eran niños. Al haber «pedido que Jesús entre en su corazón», se les dio una falsa seguridad,
nunca se les enseño a examinarse a sí mismos, y, en cambio, se les enseño a hacer caso omiso a
las dudas acerca de su salvación. Los padres deben de elogiar y regocijarse ante la evidencia de
la salvación genuina de sus hijos solamente cuando sepan que entienden el evangelio, lo creen, y
manifiestan las evidencias genuinas de una salvación real—devoción a Cristo, obediencia a Su
Palabra, y amor a otros.

Apresurar el mandato del bautismo

Un último error, que muchos padres comenten, es hacer que sus hijos se bauticen
inmediatamente después de que hacen profesión de fe. Aunque las Escrituras ordenan que los
creyentes han de ser bautizados (Mt. 28:19; Hch. 2:38), es mejor no apresurar, en el caso de un
niño, el cumplimiento del mandato del bautismo. Como se ha afirmado anteriormente, es
extremadamente difícil reconocer la salvación genuina de un niño. En lugar de meterles prisa
para que se bauticen después de su profesión inicial de fe, es más sabio aprovechar las
oportunidades que surjan para charlar con ellos y esperar a observar las evidencias significativas
que nos den a entender que su compromiso es duradero. Incluso si un niño puede decir lo
suficiente en su testimonio como para dar a entender que comprende y acepta el evangelio, el
bautismo debería de esperar hasta que se manifiesten en su vida las evidencias de una
regeneración que se produce independientemente del control paterno.

En Iglesia Bíblica de Monterrey, nuestra práctica generalizada es esperar hasta que un niño,
que profesa ser cristiano, cumpla los doce años para que sea bautizado. Debido a que el bautismo
es visto como algo claro y definitivo, nuestra principal preocupación es que cuando un niño se
bautiza tienda a ver esa experiencia como la prueba de que ha sido salvo. Por lo tanto, en el caso
de un niño que se ha bautizado, pero que no ha sido regenerado—lo cual no es insólito en las
Iglesias en general—el bautismo, de hecho, le perjudica. Es mejor esperar hasta que la realidad
de la cual el bautismo testifica pueda ser discernida más fácilmente.

CLAVES FUNDAMENTALES AL EVANGELIZAR A LOS HIJOS

No es suficiente que los padres simplemente eviten los errores comunes que generalmente se
cometen—también deben tratar de poner en práctica las siguientes claves al evangelizar a los
niños.

Establecer un ejemplo piadoso que es coherente

El evangelizar a los niños no consiste simplemente en verbalizar el evangelio de boca, sino
también en ejemplificarlo en la vida de uno. Según los padres explican las verdades de la Palabra
de Dios, los niños tienen la oportunidad de observar sus vidas de cerca y ver si ellos creen
seriamente lo que les están enseñando. Cuando los padres son fieles no sólo en proclamar, sino
también en vivir el evangelio, el impacto es profundo.
Debido a que el matrimonio es un retrato de la relación de Cristo con la Iglesia (Ef. 5:22–33), la
relación entre los padres como marido y mujer es especialmente significativa. De hecho, aparte
del compromiso de los padres con Cristo, la base más importante para educar a los hijos con
éxito es un matrimonio sano que se centre en Cristo. El establecer un ejemplo piadoso y
coherente es indispensable.

Proclamar el evangelio de Cristo en su totalidad

El corazón del evangelismo es el mismo evangelio, «pues es el poder de Dios para la salvación
de todo el que cree» (Ro. 1:16). Si un niño va a arrepentirse y creer en Cristo, esto sucederá por
medio de la proclamación del mensaje de la cruz (1 Co. 1:18–25; 2 Ti. 3:15; Stg. 1:18; 1 P. 1:23–
25). Los niños no se salvarán de otra manera que no sea por medio del evangelio. Por esta razón,
los padres tienen que enseñar a sus hijos la ley de Dios, instruirles en el evangelio de la gracia
divina, mostrarles su necesidad de un Salvador, y dirigirles a Jesucristo como el único que puede
salvarles. Es mejor empezar desde el principio—Dios, la creación, la caída, el pecado, la
salvación, y la vida, muerte y resurrección de Cristo.

Según van enseñando a sus hijos, los padres deben de resistir la tentación de rebajar o ablandar
las demandas del evangelio y proclamar el mensaje en su totalidad. La necesidad de rendir su
vida al señorío de Cristo, por ejemplo, no es demasiado difícil de entender para un niño.
Cualquier niño que sea lo suficientemente mayor para entender lo básico del evangelio, es
también capaz de confiar plenamente en Él, y responder con la clase de arrepentimiento más
puro y sincero.

La clave es ser claro y minucioso. Los padres más que ninguna otra persona tienen el tiempo y
las oportunidades para explicar e ilustrar las verdades del evangelio, así como clarificar y repasar
los aspectos más difíciles del mensaje. El padre que es sabio será fiel, paciente, y persistente,
teniendo el cuidado de considerar cada momento de la vida del niño como una oportunidad para
enseñarle (Dt. 6:6–7).

Tal oportunidad de enseñanza, también se encuentra en la responsabilidad de los padres de
disciplinar y corregir a sus hijos cuando desobedecen (Ef. 6:4). En lugar de tratar simplemente de
modificar la conducta, el padre sabio verá la disciplina como una oportunidad para ayudar a sus
hijos a darse cuenta de su fracaso e incapacidad de obedecer, y subsecuentemente, su necesidad
de ser perdonado en Cristo. De esta manera, la disciplina y la corrección se usan para llevar al
niño al sobrio entendimiento de que es pecador, lo cual le llevará a la cruz de Cristo, donde los
pecadores pueden ser perdonados.

Según los padres explican el evangelio y exhortan a sus hijos a responder al mismo, es mejor que
eviten enfatizar las acciones externas, tales como recitar «la oración del pecador». Existe un
sentido de urgencia en el mensaje mismo del evangelio—y está bien que los padres resalten ese
sentido de urgencia en el corazón del niño—pero el énfasis debe de mantenerse en la respuesta
interna a la que las Escrituras llaman a los pecadores: arrepentirse de sus pecados y tener fe en
Cristo. Así como los padres enseñen diligentemente el evangelio y aprovechen cada oportunidad
cotidiana para instruir a sus hijos en la verdad de la Palabra de Dios, podrán empezar a ver los
indicios de que sus hijos ciertamente se han arrepentido y creído.

Entender las evidencias bíblicas de la salvación

La evidencia de que alguien se ha arrepentido genuinamente de sus pecados y ha creído en Cristo
es la misma tanto para un niño como para un adulto—transformación espiritual. De acuerdo a las
Escrituras, el verdadero creyente sigue a Cristo (Jn. 10:27), confiesa sus pecados (1 Jn. 1:9), ama a sus
hermanos (1 Jn. 3:14), obedece los mandamientos de Dios (Jn. 2:3; 15:14), hace la voluntad
de Dios (Mt. 12:50), permanece en la Palabra de Dios (Jn. 8:31), guarda la Palabra de Dios (Jn.
17:6), y hace buenas obras (Ef. 2:10).

Los padres deberían de buscar el crecimiento progresivo de esta clase de frutos en la vida de sus
hijos mientras continúan instruyéndoles en las verdades del evangelio. Además, los padres
deberían de esforzarse fervientemente a la hora de enseñar a sus hijos sobre Cristo y su necesidad
de ser salvos, pero también deberían reconocer que una parte esencial de esa labor es protegerles
de que piensen que son salvos cuando no lo son. El entender las evidencias bíblicas de la
salvación—y explicárselas a sus hijos—es fundamental en esta tarea de protección.

Alentar los posibles indicios de conversión

Debido a la inmadurez, y las idas y venidas de los niños, es una tentación para algunos padres
considerar triviales o incluso absurdas las expresiones de fe de sus hijos. Por el contrario, los
padres deberían de alentar cualquier indicio de fe en sus hijos y aprovechar la ocasión para
enseñarles más sobre Cristo y el evangelio. Cuando un niño expresa el deseo de aprender más
sobre Cristo, los padres deberían de fomentar ese deseo y alentarle cuando vean posibles
evidencias de conversión.

Incluso si los padres llegan a la conclusión de que es demasiado pronto para considerar el interés
de su hijo por Cristo como una fe madura, no deben de ridiculizar esa profesión de fe como falsa,
porque puede que sea la semilla de la cual surja posteriormente una fe madura. En cambio, los
padres deberían de seguir instruyéndole en las cosas de Cristo, enseñándole con paciencia y
diligencia la verdad de la Palabra de Dios, y fijando siempre sus ojos en aquel que es capaz de
tocar los corazones para que respondan ante el evangelio.

Confiar en la absoluta soberanía de Dios

La mayor necesidad de un niño es nacer de nuevo. La regeneración, sin embargo, no es algo que
puedan hacer los padres por sus hijos. Los padres pueden presionar a sus hijos a que hagan una
profesión de fe falsa, pero la fe y el arrepentimiento genuino sólo pueden ser concedidos por
Dios, el cual regenera el corazón. En pocas palabras, el nacer de nuevo es la obra exclusiva del
Espíritu Santo (Jn. 3:8).

La salvación de los niños, pues, no puede ser producida por la fidelidad y diligencia de los
padres, sino solamente por la obra soberana de Dios. Tal verdad debería de traer consuelo a los
padres. Además, debería de motivarles a impregnar sus esfuerzos evangelísticos con oración a
aquel que puede hacer la obra en donde ellos no pueden—en el corazón de su hijo.

Partes de este artículo fueron adaptadas de John MacArthur, Cómo ser padres cristianos exitosos (Grand Rapids: Portavoz, 2000); John MacArthur, El evangelio según los apóstoles (El Paso, TX: Editorial Mundo Hispano, 2016); y Tedd Tripp, Cómo pastorear el corazón de sus hijos (Santo Domingo, República Dominicana: Editorial Eternidad, 1995).

Para un estudio más profundo del evangelismo de niños consulte estas fuentes.
Este documento fue tomado y adaptado de los Distintivos de Grace Community Church con autorización.