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El señorío de Cristo en la salvación.

El evangelio que Jesús proclamó era un llamado al discipulado, un llamado a seguirle en
obediencia sumisa, no era únicamente una invitación a tomar una decisión o hacer una oración.
El mensaje de Jesús liberaba a la gente de la esclavitud del pecado, y al mismo tiempo
confrontaba y condenaba la hipocresía. Era una oferta de vida eterna y perdón para los pecadores
arrepentidos, pero al mismo tiempo una reprimenda a las personas aparentemente religiosas,
cuyas vidas estaban desprovistas de una justicia verdadera. Este mensaje advertía a los pecadores
de que debían abandonar el pecado y adoptar la justicia de Dios.

Las palabras de nuestro Señor eran invariablemente acompañadas con avisos a aquellos que
pudieran verse tentados a tomar la salvación a la ligera. Él enseñaba que el precio por seguirle es
alto, que el camino es estrecho y pocos pueden encontrarlo. Él dijo que muchos de los que le
llaman Señor serán apartados de poder entrar en el reino de los cielos (Mt. 7:3–23).

La mayoría de los evangélicos de hoy en día ignoran estos avisos. La postura prevaleciente de lo
que constituye una fe salvadora continúa creciendo cada vez más, mientras que el retrato de
Cristo en predicaciones y testimonios se vuelve borroso. Cualquiera que afirma ser cristiano
puede encontrarse con evangélicos dispuestos a aceptar una profesión de fe, ya sea que se vean
evidencias en la vida de la persona de compromiso con Cristo o no. De esta manera, la fe ha
llegado a ser un mero ejercicio intelectual. En lugar de llamar a hombres y mujeres a rendirse a
Cristo, los evangélicos modernos sólo les piden que acepten algunos hechos básicos acerca de Él.

Este entendimiento superficial de la salvación y el evangelio, conocido como «fácil creencia»,
está en severo contraste con lo que la Biblia enseña. Diciéndolo de forma sencilla, el evangelio
llama a una fe que presupone que el pecador debe arrepentirse de su pecado y ceder ante la
autoridad de Cristo. Esto, en pocas palabras, es lo que generalmente se denomina como el
señorío de Cristo en la salvación

LOS DISTINTIVOS DEL SEÑORIO DE CRISTO EN LA SALVACIÓN

Hay muchos estatutos de fe que son fundamentales para cualquier enseñanza evangélica. Por
ejemplo, todos los creyentes están de acuerdo con las siguientes verdades: (1) la muerte de Cristo
compró la salvación eterna; (2) los salvos son justificados por gracia a través de la fe únicamente
en Cristo; (3) los pecadores no pueden ganar el favor divino; (4) Dios no requiere buenas obras
de preparación, ni reforma anterior a la salvación; (5) la vida eterna es un regalo de Dios; (6) los
creyentes son salvos antes de que su fe produzca obra justa alguna; y (7) los cristianos pueden y
de hecho pecan, en algunas ocasiones de una forma horrible.

¿Cuáles, entonces, son las características del señorío de Cristo en la salvación? ¿Qué es lo que
enseñan las Escrituras que es aceptado por aquellos que afirman el señorío de Cristo en la
salvación, pero que es rechazado por los que proponen la «creencia fácil»? Las siguientes, son
nueve características de un entendimiento bíblico de la salvación y el evangelio.

Primero, las Sagradas Escrituras enseñan que el evangelio llama a los pecadores a una fe que
debe estar unida al arrepentimiento (Hch. 2:38; 17:30; 20:21; 2 P. 3:9). El arrepentimiento
consiste en apartarse del pecado (Hch. 3:19; Lc. 24:47), lo cual no consiste en una obra humana,
sino en la gracia divina conferida (Hch. 11:18; 2 Ti. 2:25). Es un cambio del corazón, pero el
arrepentimiento genuino resultará también en un cambio de conducta (Lc. 3:8; Hch. 26:18–20).
Por el contrario, la «creencia fácil» enseña que el arrepentimiento es simplemente un sinónimo
de fe y que no es necesario apartarse del pecado para salvarse.

En segundo lugar, la Biblia enseña que la salvación es totalmente obra de Dios. Aquellos que
creen, son salvos independientemente de sus propios esfuerzos (Tit. 3:5). Incluso la fe es un
regalo de Dios, no una obra humana (Ef. 2:1–5, 8). Por lo tanto, la fe real no puede ser
defectuosa o efímera, sino que permanece para siempre (Fil. 1:6; cp. He. 11). Por el contrario, la
creencia fácil enseña que la fe puede que no perdure y que un cristiano verdadero puede dejar de
creer por completo.

Tercero, las Escrituras enseñan que el objeto de la fe es Cristo, y no una promesa o un credo (Jn.
3:16). Por lo tanto, la fe implica un compromiso personal con Cristo (2 Co. 5:15). En otras
palabras, todo cristiano verdadero sigue a Jesús (Jn. 10:27–28). Por el contrario, la creencia fácil
enseña que la fe consiste simplemente en estar convencido o dar crédito a la verdad del
evangelio, sin incluir un compromiso personal con Cristo.

En cuarto lugar, las Escrituras enseñan que la fe verdadera inevitablemente produce una vida
transformada (2 Co. 5:17). La salvación incluye una transformación del interior de la persona
(Gá. 2:20). La naturaleza del cristiano es nueva y diferente (Ro. 6:6). El patrón continuo de
pecado y enemistad con Dios no continuará cuando una persona es nacida de nuevo (1 Jn. 3:9–
10). Aquellos que tienen una fe genuina siguen a Jesús (Jn. 10:27), aman a sus hermanos (1 Jn.
3:14), obedecen los mandamientos de Dios (1 Jn. 2:3; Jn. 15:14), hacen la voluntad de Dios (Mt.
12:50), permanecen en la Palabra de Dios (Jn. 8:31), cumplen la Palabra de Dios (Jn. 17:6),
hacen buenas obras (Ef. 2:10) y continúan en la fe (Col. 1:21–23; He. 3:14). Por el contrario, la
creencia fácil enseña que, aunque algún fruto espiritual es inevitable, ese fruto puede que no sea
visto por otros, y así, los cristianos pueden incluso caer en un estado permanente de aridez
espiritual.

Quinto, las Escrituras enseñan que el regalo de Dios de la vida eterna incluye todo lo que está
relacionado con esta vida y nuestra semejanza a Él, y que no es simplemente una entrada al cielo
(2 P. 1:3; Ro. 8:32). Por el contrario, según la creencia fácil, sólo los aspectos judiciales de la
salvación (es decir, justificación, adopción y santificación posicional) están garantizados en la
vida de los creyentes, y que la santificación práctica y el crecimiento en la gracia requieren un
acto de dedicación posterior a la conversión.

En sexto lugar, la Biblia enseña que Jesús es el Señor de todo y que la fe que demanda implica
una rendición incondicional (Ro. 6:17–18; 10:9–10). En otras palabras, Cristo no confiere vida
eterna a aquellos cuyos corazones permanecen contra Él (Stg. 4:6). La rendición al señorío de
Cristo no es algo que se haya añadido a los términos bíblicos referentes a la salvación, sino que
el llamado a rendirse es lo esencial en la invitación del evangelio a lo largo de las Escrituras. En
contraste a esto, la creencia fácil enseña que la sumisión a la autoridad suprema de Cristo no
atañe a la salvación.

Séptimo, las Escrituras enseñan que aquellos que creen verdaderamente amarán a Cristo (1 P.
1:8–9; Ro. 8:28–30; 1 Co. 16:22) y, por lo tanto, anhelarán obedecerle (Jn. 14:15, 23). Por el
contrario, la creencia fácil enseña que los cristianos pueden caer en un estado de carnalidad
durante toda su vida.

En octavo lugar, las Escrituras enseñan que la conducta es una prueba importante de la fe. La
obediencia es evidencia de que la fe de una persona es real (1 Jn. 2:3). Sin embargo, el que
permanece totalmente indispuesto a obedecer a Cristo no da evidencia de una fe verdadera (1 Jn.
2:4). Por el contrario, la creencia fácil enseña que la desobediencia y el pecado prolongado de
una persona no son razón para dudar de la veracidad de su fe.

Noveno, la Biblia enseña que los creyentes genuinos pueden tropezar y caer, pero permanecerán
en la fe (1 Co. 1:8). Aquellos que se apartan completamente del Señor demuestran que nunca
fueron nacidos de nuevo de una manera verdadera (1 Jn. 2:19). Por el contrario, la creencia fácil
enseña que el creyente verdadero puede abandonar completamente a Cristo, llegando al punto de
no creer.

La mayoría de cristianos reconocen que estos nueve distintivos no son ni ideas nuevas, ni
radicales. A través de los siglos, la mayoría de los cristianos que creen en la Biblia han afirmado
estos como principios ortodoxos básicos. De hecho, ningún movimiento ortodoxo importante en
la historia del cristianismo ha enseñado que los pecadores pueden rechazar el señorío de Cristo y
todavía clamarle como su Salvador.

Este asunto no es trivial. De hecho, ¿qué otro asunto podría ser más importante? El evangelio
que es presentado a los inconversos tiene consecuencias eternas. Si es el evangelio verdadero
puede dirigirles al reino eternal. Pero si es un mensaje corrompido, puede dar lugar a que las
personas que no son salvas tengan una esperanza falsa de salvación, cuando están condenadas a
perdición eterna. Este no es meramente un asunto para que los teólogos lo discutan, debatan y
especulen. Es algo que cada pastor y laico debe entender para que el evangelio pueda ser
correctamente proclamado a todas las naciones.

Adaptado de John MacArthur, El evangelio según Jesucristo (El Paso, TX: Editorial Mundo Hispano, 1991); John MacArthur, El evangelio según los apóstoles (El Paso, TX: Editorial Mundo Hispano, 2016); y John MacArthur, «Getting the Gospel Right» Masterpiece, Otoño 1988, 6–10. Para un estudio más completo del señorío de Cristo en la salvación puede consultar estas fuentes.

Este documento fue tomado y adaptado de los Distintivos de Grace Community Church con autorización.